Por Silvia Chaves

Los seres humanos nos comunicamos de muchas formas y en distintos niveles. Podemos dirigirnos a una persona, a un grupo reducido o, gracias a la tecnología, a miles o incluso millones de personas. Sin embargo, para que esa comunicación con el mundo exterior sea efectiva y auténtica, hay un tipo de comunicación que resulta fundamental y muchas veces se pasa por alto: la comunicación intrapersonal.

Este diálogo interno es el que nos permite entendernos a nosotros mismos, reconocernos, valorarnos y fortalecer nuestra esencia. Es la base sobre la que construimos nuestra autoestima y nuestra identidad, y de ella depende en gran medida nuestra capacidad para sobresalir en cualquier ámbito: en los negocios, en el estudio, en el deporte o en la vida cotidiana. Sin una comunicación interna saludable, es desafiante proyectar seguridad y claridad en nuestras relaciones con los demás.

Afortunadamente, existe la Programación Neurolingüística (PNL), que nos ayuda a trabajar ese diálogo interno. 

PNL: Reeducar la Mente para Potenciar el Éxito

La mente cree todo lo que se le dice, lo que significa que nuestra manera de hablarnos influye directamente en nuestra percepción de la realidad y en la imagen que tenemos de nosotros mismos. En este sentido, si queremos mejorar nuestra manera de actuar y, por ende, de sentir, debemos empezar por modificar nuestro lenguaje.

Por ejemplo, en lugar de decir “intentaré hacerlo”, es mejor decir “voy a lograrlo”. En vez de decir “es difícil”, podemos decir “es desafiante”. Palabras como “buscar”, que implica incertidumbre, pueden reemplazarse por “encontrar”, que sugiere certeza. Y en lugar de hablar de “costos”, podemos referirnos al“valor” de las cosas. 

Estos pequeños cambios en el lenguaje tienen un impacto directo en nuestra mentalidad y en la manera en que enfrentamos los retos. No es sólo un juego de palabras: es una forma de reprogramar la mente para que trabaje a nuestro favor.

El Poder del Hábito: 21 Días para Romperlo, 66 para Transformarlo

Se ha dicho durante mucho tiempo que se necesitan 21 días para romper un hábito y 66 días para establecer uno nuevo de manera permanente. Esto significa que si queremos cambiar la forma en que nos comunicamos con nosotros mismos, debemos ser constantes y repetir estos nuevos patrones de pensamiento y lenguaje hasta que se conviertan en parte natural de nuestra vida.

En la PNL, los programadores trabajamos precisamente en eso: en ayudar a las personas a identificar los hábitos mentales que les impiden brillar y darles herramientas para transformarlos.

La PNL y la Comunicación Intrapersonal

Si queremos mejorar nuestra comunicación con los demás, debemos comenzar por mejorar la forma en que nos hablamos a nosotros mismos. Debemos visualizar el cambio como si ya estuviera hecho, ser más conscientes de nuestras acciones y eliminar las respuestas automáticas que nos limitan. La clave está en crear esos nuevos hábitos que nos permitan brillar, tanto en nuestra vida personal como en nuestra vida profesional.

Al final, la Programación Neurolingüística nos invita a ser arquitectos de nuestra propia mente, utilizando el poder de las palabras para transformar nuestra realidad. Porque, después de todo, comunicarnos bien con nosotros mismos es el primer paso para comunicarnos bien con el mundo.

Por Carlos Quesada

Vivimos en un mundo hiperconectado donde la información fluye a una velocidad vertiginosa. Pero, paradójicamente, en esta era de acceso ilimitado al conocimiento, la desinformación se ha convertido en la norma. Las redes sociales, que en teoría debían democratizar la comunicación, han degenerado en un campo de batalla donde la opinión sin argumento se impone sobre el análisis, donde el grito ahoga al debate y donde el linchamiento digital es la moneda de cambio.

Todos opinamos. Opinar es legítimo, es un derecho. Pero no todo lo que opinamos es válido. No porque alguien tenga una cuenta en redes sociales significa que su palabra es verdad absoluta o que su argumento tiene peso. Y aquí es donde hemos caído en un error grave: confundir la libertad de expresión con el derecho a decir cualquier cosa sin consecuencias.

Ejercer la libertad de expresión implica responsabilidad. Significa construir, aportar, disentir con respeto. Podemos y debemos cuestionar ideas políticas, económicas, religiosas; podemos no estar de acuerdo con alguien y decirlo. Esa es la esencia de una sociedad democrática. Sin embargo, lo que hoy vemos en redes no es disenso, sino agresión. No es diálogo, sino ruido. No es libertad, sino abuso de la palabra.

El ascenso de las redes sociales ha traído consigo un fenómeno peligroso: la normalización de la desinformación y el ataque impune. Nos distraemos atacando, humillando, degradando, esparciendo rumores. Opinamos sobre el cuerpo de los demás, sobre sus decisiones personales, sobre su vida privada. Convertimos el debate en linchamiento, la crítica en burla, la conversación en una hoguera donde cualquiera puede ser quemado en nombre de una falsa superioridad moral.

Y en ese proceso, nos convertimos en nuestros propios verdugos. Porque destruir a otro no nos hace mejores, nos consume. Nos carcome la maldad, nos intoxica la negatividad. No nos damos cuenta de que, al señalar, al insultar, al esparcir odio, nos vamos deshumanizando, vamos perdiendo lo que nos hace verdaderamente libres: la capacidad de construir.

Este artículo es impopular porque cuestiona el entretenimiento fácil, el morbo de las redes sociales, la comodidad de la crítica sin reflexión. Pero hagamos un reto: ¿por qué no usamos las redes para crecer? No todo debe ser filosofía ni profundidad, claro. Hay espacio para el humor, el entretenimiento, la diversión. Pero incluso eso puede hacerse desde un lugar sano, sin necesidad de destruir a otros.

Nos quejamos de los discursos de odio, de los líderes incendiarios, de los ataques despiadados. Pero ¿no caemos muchas veces en lo mismo? ¿No replicamos ese mismo veneno con cada comentario hiriente, con cada rumor esparcido, con cada post que alimenta la toxicidad digital?

Hagamos la diferencia. Pongámonos el reto de aportar algo positivo a nuestras redes al menos una vez a la semana. Que crezca ese grupo, que se expanda esa intención. No se trata de censurar ni de coartar la libertad, sino de ejercitarla con inteligencia, con propósito.

Pero, además de fomentar el contenido positivo, es crucial que al comunicarnos en redes sociales definamos claramente nuestro mensaje y audiencia. Un ejemplo ilustrativo es el caso de un jerarca X (literalmente) que, sin conocer el mercado nacional ni el comportamiento de las redes, afirmaba que solo una plataforma era relevante. Este enfoque limitado puede llevar a una comunicación ineficaz.

En Costa Rica, según el estudio “Las tecnologías digitales: ¡en Costa Rica no podemos vivir sin ellas!” publicado en junio de 2024 por la Universidad de Costa Rica (ucr.ac.cr), el uso de redes sociales es variado:

         •        Facebook es la plataforma más utilizada, con un 85% de usuarios, especialmente entre los 18 y 54 años. Su uso disminuye después de los 55 años.

         •        Instagram ha incrementado su popularidad, alcanzando un 48% de uso, principalmente entre menores de 35 años con educación secundaria y universitaria, y con mayor prevalencia en el Valle Central.

         •        TikTok es utilizada por un 45% de la población, predominantemente por jóvenes con educación secundaria.

         •        WhatsApp es la plataforma más extendida, utilizada por el 98% de la población.

         •        Twitter/X mantiene un uso constante del 2%, mayormente entre hombres del Valle Central con estudios universitarios.

Estos datos subrayan la importancia de seleccionar la plataforma adecuada al momento de comunicar en redes sociales, asegurando que el mensaje llegue de manera efectiva a la audiencia deseada.

Si queremos impactar con nuestras palabras, debemos saber qué queremos transmitir, cómo lo queremos transmitir y cuál es el canal correcto para hacerlo. Hablar en el vacío, sin estrategia, sin conocer el contexto digital, solo nos convierte en parte del ruido.

Las redes son un reflejo de quienes somos. Hagamos que reflejen lo mejor de nosotros y no lo peor.

Publicado en:

https://delfino.cr/2025/02/un-articulo-impopular-la-paradoja-de-la-libertad-de-expresion-en-la-era-digital

https://www.larepublica.net/noticia/un-articulo-impopular-la-paradoja-de-la-libertad-de-expresion-en-la-era-digital

Por Carlos Quesada

“Fallece Paquita la del Barrio”. Apenas había terminado de leer el título cuando, en cuestión de segundos, en los parlantes del gimnasio comenzó a sonar  Rata de dos patas, como un homenaje espontáneo a la cantante.

Vivimos en un mundo hiperconectado, donde la información fluye a una velocidad impresionante. No importa dónde estemos o qué estemos haciendo, las noticias nos llegan en segundos, en pequeños pantallazos que nos resumen lo que está ocurriendo en cualquier rincón del planeta. Esto no es ninguna novedad. Ya sabemos que estamos expuestos a una avalancha constante de información a través de múltiples canales.

Pero hay momentos en los que esta hiperconectividad nos permite reflexionar sobre fenómenos más profundos. Esta mañana, mientras estaba en el gimnasio, recibí una alerta de un periódico: “Fallece Paquita la del Barrio”. Apenas había terminado de leer el título cuando, en cuestión de segundos, en los parlantes del gimnasio comenzó a sonar  Rata de dos patas, como un homenaje espontáneo a la cantante.

Desde la perspectiva de la creación de imagen, este es un caso fascinante. ¿Cómo es posible que una artista, en el instante mismo de su fallecimiento, genere una reacción tan inmediata y natural? La respuesta está en la construcción de su imagen pública. Paquita la del Barrio no sólo fue una cantante, sino un personaje bien definido. Su voz, su apariencia, sus gestos y su actitud fueron los estímulos que moldearon la percepción que la gente tenía de ella. Y cuando la percepción se consolida, se crea la imagen.

Una imagen bien construida genera opinión, y la opinión colectiva se convierte en reputación. Pero no cualquier reputación: una que trasciende fronteras, que sobrevive al tiempo y que, incluso después de la muerte, sigue siendo coherente y legítima. Esto es clave. Muchas veces se asocia la creación de imagen con la manipulación o la falsedad, pero la verdad es que una imagen basada en mentiras se derrumba tarde o temprano. La de Paquita, en cambio, permaneció firme a lo largo de su vida y seguirá vigente más allá de su fallecimiento.

Este ejemplo nos deja una lección clara: construir una imagen no es un lujo ni una estrategia exclusiva de celebridades o instituciones. Es un proceso fundamental para cualquier persona, empresa u organización que desee generar impacto y credibilidad. Una imagen bien articulada, con estímulos verbales y no verbales alineados, da paso a una reputación sólida. Y cuando la reputación se mantiene en el tiempo, se convierte en legitimidad.

Paquita la del Barrio nos demuestra que la imagen bien construida trasciende. Su voz, su mensaje y su presencia no desaparecen con su muerte, sino que permanecen en la memoria colectiva. Ese es el verdadero poder de una imagen coherente.