“La creación de imagen: prostituida y malentendida “
Por Carlos Quesada
Puede sonar fuerte, pero es hora de hablar sin rodeos. La creación de imagen ha sido manoseada, distorsionada y hasta banalizada al punto de poner en riesgo su verdadero valor. Se ha convertido en un concepto superficial cuando, en realidad, es una herramienta poderosa de comunicación y estrategia.
Desde que existen las sociedades, los seres humanos hemos necesitado ser reconocidos, identificados; en resumen, tener nuestra propia marca personal. En cada interacción dejamos huellas, construimos percepciones, despertamos simpatías… o antipatías. Por siglos, este proceso navegó sin rumbo, sin que nadie se tomara en serio su estudio académico.
Pero como en toda historia hay un punto de quiebre, este llegó con el famoso debate entre John F. Kennedy y Richard Nixon en 1960. Mientras Nixon sudaba bajo las luces del estudio y lucía incómodo, Kennedy irradiaba seguridad con su manejo impecable del lenguaje no verbal. ¿El resultado? Un claro ejemplo de que el mensaje no solo se dice, también se proyecta. Quedó demostrado que el cómo se ve y se siente un discurso es tan o más importante que las palabras mismas.
Desde entonces, el concepto de imagen empezó a cobrar fuerza. La comunicación dejó de ser solo lo que decimos y pasó a incluir lo que expresamos sin palabras. Este despertar inquietó a políticos, comunicadores y ciudadanos, al punto de generar un interés creciente en la forma en que nos perciben los demás.
Pero aquí viene el problema: en lugar de profundizar en el arte y la ciencia de la imagen, el tema comenzó a ser usado a la ligera. Se redujo a un mero “cambio de look” y terminó colonizado por programas de televisión que prometen transformaciones mágicas: “¡Nuevo corte de pelo! ¡Retoque estético! ¡Adiós kilos de más! ¡Ahora sí eres una nueva persona!”. Pero, ojo… teñirse el cabello de rojo, pasar por el bisturí después de una dieta loca o remodelarse la nariz a mazazos NO es creación de imagen.
Construir una imagen va mucho más allá. Es un proceso minucioso, estratégico y, sobre todo, debe estar en manos de profesionales de la comunicación. Somos quienes podemos analizar, sugerir y valorar la necesidad de cambios —físicos o no— con criterio y propósito.
El problema es que este “uso indiscriminado” de la imagen ha generado escepticismo. Muchos profesionales altamente respetables huyen del tema porque lo asocian con falsedad y engaño. Y aquí está nuestro reto: demostrar que crear imagen no es mentir, sino potenciar lo mejor de una persona o institución.
Porque construir imagen es encontrar el equilibrio entre lo que se dice y lo que se proyecta. Es generar admiración, interés, emoción y empatía. No se trata de engañar, sino de armonizar nuestra esencia con nuestra expresión. En pocas palabras: es lograr que nuestra imagen sea un reflejo auténtico de lo que somos… pero en su mejor versión.
Debate político entre Kennedy y Nixon: